15 marzo 2014

Lectio Divina - Ciclo ‘A’ 2º. Domingo de Cuaresma (Mt 17, 1-9)

El evangelio nos recuerda un singular suceso de la vida de Jesús: cuando subió a Jerusalén, de camino hacia la muerte. Él, Jesús se retiró a orar e invitó a tres de sus discípulos a que compartieran con Él su descanso y su oración.
Quienes creían conocerlo bien, por haberle acompañado durante un tiempo ya considerable y haberle escuchado tantas veces hablar, lo vieron diferente, transformado, divino. Lo encontraron de pronto en compañía de dos hombres de Dios, que conversando con Él sobre su muerte, ya cercana.
Ellos pensaban pasar un rato de oración a solas con su Maestro, pero asistieron atónitos a ese diálogo y se llenaron de miedo. Pedro habló llevado de su carácter pronto, sin saber lo que decía. Él quería que Jesús no fuera a Jerusalén; ya les había revelado su misión; les había anunciado su pasión y su muerte, pero preferían pensarlo siempre vivo, con ellos, dándoles la seguridad que solo Él podía ofrecerles, en un ambiente tan conflictivo como el suyo.
Hubieran querido no bajar del monte, a cualquier costo; aunque todavía no entendían lo que venía, sabían que les esperaban días muy difíciles; no sabían qué pensar y preferían quedarse ahí, en esa experiencia tan única y enriquecedora.

Seguimiento:

Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago, a Juan, su hermano, y los llevó a un cerro alto lejos de todo.
En presencia de ellos, Jesús cambió de aspecto; su cara brillaba como el sol y su ropa se puso resplandeciente como la luz.
En ese momento se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Jesús.
Pedro tomó entonces la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡Qué bueno que estamos aquí!, si quieres voy a levantar aquí tres chozas; una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabía lo que decía.
Pedro estaba todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa con su sombra y una voz que salía de la nube decía: los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. «Éste es mi Hijo, el Amado; a Él han de escuchar”.
Al ori la voz, los discípulos cayeron al suelo., llenos de temor.
Jesús se acercó, los tocó y les dijo: “Levántense, no tengan miedo”.
Ellos levantaron los ojos, pero no vieron a nadie más que a Jesús.
Y mientras bajaban del cerro, Jesús les ordenó, “No hablen a nadie de lo que acaban de ver, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”.

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

Mateo habla de la transfiguración de Jesús, la primera y la única manifestación de su gloria. Esta narración nos deja ver el misterio profunda de la aventura personal de Jesús: su vía crucis no fue más que el camino hacia la gloria y la cruz no fue la etapa final, sino un paso inevitable para regresar a Dios y recibir la gloria que como Hijo Amado y Elegido el Padre quiso darle.
Jesús escogió a tres de sus apóstoles para que subieran con Él al Tabor. Les tenía reservada una misión, y era preciso confirmarlos en la fe. Fueron sus compañeros de oración, vivieron una experiencia única. Lo vieron dialogar con Dios, y siendo testigos de su intimidad con el Padre, pudieron dar a conocer ese gran acontecimiento más tarde. Ellos nunca pudieron olvidar lo que vivieron.
Jesús cambió su rostro y su apariencia, mientras oraba; la transfiguración fue acompañada también por una simbología que completó lo que ellos vieron y oyeron.
Dios Padre dijo abiertamente que Cristo Jesús era su Hijo Amado, su Elegido, y pidió que le escucharan.
La presencia de Moisés y de Elías fue la confirmación del anuncio que Jesús les había dado unos días antes, sobre su pasión y su muerte. Él les dijo que estaba próximo su fin.
Cuanto ven y oyen los tres invitados, no se lo hubieran imaginado; sin embargo fue la preparación para lo que iban a vivir en el momento del Calvario, cuando lo vieron desfigurado, acabado por el dolor y la ingratitud humana.
Pedro se sentía fuera de sí; le dijo a Jesús que si quería él hacer tres chozas, una para Moisés, una para Elías y otra más para Él.
Una nube los cubrió y se escuchó una voz. Dios siempre habla y en ese momento dejó oir a los orantes su revelación: El Padre les habló de su Hijo, el Amado por Él, a quien les había dado como compañero de ruta.
Los discípulos sintieron miedo. La visión fue acompañada por una gran inseguridad. No pudieron ocultar sus sentimientos. Jesús los comprendió y se les acercó; los tocó. Quiso comunicarles lo que no tenían: confianza, seguridad en Él y en lo que estaba por venir.
Dios Padre les reveló quién era su Hijo, y cómo le interesaba que fuera escuchado por ellos. La escucha que pide el Padre es sinónimo de obediencia. Quiso decirles: hagan lo que Él les diga…
Esta experiencia fue muy especial: Tuvieron una visión, una revelación de Dios Padre y Jesús les habló, pidiéndoles a sus íntimos no dijeran a nadie lo que habían visto y oído, hasta que Él hubiera resucitado.

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida

Jesús les había dicho a sus apóstoles lo que le esperaba en Jerusalén, (Mt 16, 21 – 28). Jesús sabía que le esperaba una muerte cruenta. Dios Padre les dice a los discípulos escogidos, quién era su Maestro y Señor: “El Hijo Amado”. Ellos acompañaron a Jesús, y oraron con Él; fueron testigos de esta revelación. No estaban preparados para tamaño descubrimiento: mientras ocurría el portento, no supieron qué decir y entre el asombro y el miedo tuvieron que callar lo que habían visto y oído.
Dios sigue dice también hoy quién es su Hijo, y que le interesa mucho que lo escuchemos. Que le obedezcamos… Seguramente nos cuesta entender lo que nos dice. Dios nos presenta a su Hijo con confianza, y quiere que de nuestra parte haya acogida, que seamos capaces de acompañarlo hasta el calvario. ¿Estamos dispuest@s a ir con Él?
Los discípulos que aceptaron la invitación de Jesús a rezar con Él, pudieron también estar en una mayor intimidad con Dios Padre. La nube ensombreció su alegría, pero ellos lograron escuchar a Dios, quien quiso revelarles la identidad mesiánica de su Hijo. Primero compartieron la oración y el silencio con Jesús, luego oyeron a Dios y vieron a su Señor transfigurado. Vieron a Moisés y a Elías con Jesús; hasta ese momento todo fue gozo. Pedro quería hacer tres chozas, pero cuando escucharon la voz del Padre vino a ellos el temor.
Dios Padre nos revela a Jesús. ¡Cuántas veces nos hemos sentido bien sabiendo quién es, gozando de su compañía, pero cuántas veces nos cuesta seguirlo rumbo al Calvario. El Tabor nos puede entusiasmar, pero el Calvario, la cruz, el sacrificio, la muerte nos llena de miedo. ¿Seremos capaces de amar a Cristo hasta su kenosis, hasta su abajamiento, con el que nos redime también hoy?
Podremos superar el miedo si nos dejamos tocar por nuestro Redentor… El sabe estar cerca de nosotros lo mismo en el Tabor que en el Calvario, lo importante es que lo escuchemos, que lo reconozcamos en su dignidad de Hijo Escogido, Amado por Dios Padre…
¿Conocemos lo suficiente a Jesús, como para amarlo como merece ser amado y más todavía, somos capaces de hacer lo que Él nos dice?
Por qué será que los discípulos hoy sabemos quién es Jesús, pero no mejoramos nuestra vida, no se nos ve el deseo de conversión. Muchas veces los momentos de intimidad y de gusto no nos lleva a vivir más el evangelio con sus exigencias. Seguir a Jesús, no solo en el Tabor, sino también hacia el Calvario nos irá haciendo comprender qué quiere decir ser verdaderamente discípulo suyo.
Seguir a Jesús por lo que nos da y no por lo que Él es no es haber comprendido nuestra vocación bautismal. Dios quiere decirnos quién es su Hijo, su Amado y Elegido Hijo, para que también nosotros nos demos cuenta qué quiere decir ser hijos con Él. .
¿Por qué Jesús ya no se transfigura ante nosotros?
¡Quién no siente cierta envidia de estos afortunados discípulos, que vieron a Jesús tan divino y tan de cerca! Se sintieron fuera de sí. Quienes se entusiasmaron por Jesús viéndole transfigurado, tan distinto, aceptaron su invitación para orar con Él.
Encontrar un rato para rezar juntos, a solas con él en el monte, los llevó a descubrir a Jesús; comprendieron lo que hasta entonces no habían percibido de su persona. Viéndolo rezar, a pesar del sueño y de su aturdimiento, se dieron cuenta quién era realmente y quién quería ser para ellos. Rezando con él se sintieron felices de estar a su lado. Y escucharon la voz del mismo Dios, que se lo presentó como su ‘Hijo querido’.
En vez de envidiar a tres discípulos que subieron a lo alto para rezar a solas con Jesús, en vez de enfadarse con Jesús porque nos deja ver apenas lo maravilloso que es, ni alguna rara vez nos hace sentirnos bien en su compañía, deberíamos preguntarnos cuáles son las razones por las que no se transfigura ante nosotros.
Nos podríamos dar cuenta quién es Él y quiénes somos nosotros si pusiéramos todo nuestro ser atento a lo que Dios nos quiere revelar. Si fuéramos capaces de vencer el ambiente tan secularista en el que nos movemos y que no somos capaces de transformar con más fe, con más valentía, y sobre todo, con el testimonio de lo que es creer de verdad.
Démonos cuenta dónde estamos y en qué ocupamos nuestro tiempo. ¿A qué le damos más atención? ¿Qué es lo que nos tiene más preocupados? ¿Es la escucha de la Palabra de Dios, que también hoy se nos quiere revelar? ¿No será que Cristo Jesús no es para nosotros ‘El Hijo Amado’ y prueba de ello es que no le escuchamos y menos todavía nos empeñamos en hacer lo que Él nos pide? ¿Por qué nuestro miedo, nuestra inseguridad, cuando podríamos estar tan contentos con Jesús, y ocupados más de lo suyo para ser más y más felices y compartir la verdadera alegría que le hace tanta falta a nuestro mundo?

III. Oramos nuestra vida desde este texto:

Dios y Padre Bueno: Nos has querido revelar quién es tu Hijo y quienes quieres que seamos nosotros. Concédenos descubrirlo cada día más y mejor. Que entremos en su misterio, para estar en comunión contigo y con el Espíritu, que los une en una comunidad de amor. Haz que nuestra Cuaresma 2014 sepamos estar con Él, que gustemos de la escucha y el seguimiento que comporta el cristianismo, real y comprometido contigo, con Cristo Jesús y con el Espíritu que nos invita a esa escucha consciente y valiente de su Palabra.
Queremos ser testigos de lo que hemos visto y escuchado durante toda nuestra vida, siendo sus discípulos. Danos la valentía para no quedarnos con buenas intensiones, sino que sepamos llegar al compromiso.
Que nos demos tiempo para orar, en medio del vertiginoso ir y venir no nos perdamos de la paz que Tú nos das. Que estando con tu Hijo, Cristo Jesús estemos alegres; que entendamos lo que Él nos dice y que tratemos de llevar a la práctica su Palabra, demostrando cómo se vive siendo tus hijos. ¡Así sea!

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