23 maggio 2013

LECTIO DIVINA, Dom. de la Santísima Trinidad - (Jn 16, 12-15), Ciclo ‘C’

Juan José Bartolomé, sdb

Tras haber celebrado los misterios centrales de nuestra fe, retornamos al tiempo ordinario, en el que acompañaremos a Jesús, como lo hicieran sus discípulos por la Galilea, oyendo de su boca la predicación del Reino y presenciando los portentos que hacía.
Tenemos una nueva oportunidad para ir aprendiendo de Jesús, dejándonos sanar de nuestras dolencias, mientras caminamos con Él. Antes de iniciar este recorrido, la Iglesia nos invita a que centremos nuestra atención - ¡y ojalá nuestro corazón! – solo en Dios, y contemplemos su misterio más íntimo, su ser como único Dios, siendo tres personas distintas: PADRE, HIJO y ESPÍRITU SANTO.

Seguimiento:

12. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por ahora.
13. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y les comunicará lo que está por venir.
14. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que les irá comunicando.
15. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío y se los anunciará”

I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice.

Parte, y muy breve, de un largo discurso de despedida (Jn 16, 13-17), el texto anuncia la venida del Espíritu y la misión que cumple su llegada: hablar, comunicar, guiar hasta la verdad.
Jesús anuncia su partida: Los va a dejar solos y sin muchas luces, pero se compromete a enviarles a su Espíritu, el Paráclito, que actuará con ellos como maestro y guía.
Al Espíritu se le asigna como tarea la revelación. Ha habido un tiempo, el tiempo de la convivencia con Jesús, que ellos no pudieron aprovechar del todo… El mismo Jesús lo admite.
Habrá un tiempo, el tiempo del Espíritu, en el que, comunicando lo que aún está por venir, guiará hasta la verdad; es la promesa de Jesús.
Jesús habló de todo lo que había oído del Padre (Jn 15,15), pero hubiera querido dar a conocer más de cuanto reveló: el Espíritu suplirá esa falta (Jn 16,12).
El Espíritu completa la obra de Jesús; inaugurando el tiempo del conocimiento perfecto de las palabras de Jesús, guiará a la comunidad hacia la plena verdad.
Hablar, escuchar y anunciar son los tres verbos que explicitan la acción del Espíritu; su actuación es análoga a la del Hijo: hablará de cuanto haya escuchado y anunciará lo que ha de venir.
La llegada del Espíritu es el final de la historia, es un nuevo estadio de ella, el que viene delimitado entre la desaparición de Jesús y su regreso definitivo.
Mientras tanto, la comunidad poseerá en el Espíritu la mejor garantía de lectura correcta de su propia historia, que se dejará enjuiciar desde la predicación del Jesús que el Paráclito continuará.
Ni uno ni el otro son origen de la revelación que ambos, en tiempos y modos diversos, comunican. No se trata de palabras sólo, ni de simple conocimiento, sino de vida y propiedad; todo lo suyo es propiedad del Padre y todo lo que comunique el Espíritu, es propiedad del Hijo; de esa comunidad es receptor el Espíritu y conocedora, y por tanto garante, la comunidad (Jn 16,15).
La revelación del Hijo y del Espíritu implica a Dios personalmente y ‘explica’ su triple relación personal.
El Padre está al origen y es quien tiene todo lo que se refiere al Hijo. Cuanto manifiesta el Espíritu lo ha oído y tomado del Hijo; ni más, ni menos.
La gloria del Hijo está en que se comunique lo que el Espíritu ha aprendido de él. La salvación está vista aquí como revelación del Hijo; y el Dios Trino, inmerso de forma total y diferenciada en este acontecimiento: en la manifestación de Cristo está implicado el Padre, el Hijo, el Espíritu

II. Meditación: aplicar lo que dice el texto a la propia vida.

Antes de abandonar a los suyos, Jesús les prometió enviarles su Espíritu. Tras sus palabras, se percibe la experiencia del evangelista, que manifiesta el dolor que le causa la ausencia física del Señor. En este discurso se afirmó la convicción de no haber quedado del todo desprotegidos: porque les prometió el envío de su Espíritu, que vendría a continuar su misión y sobre todo sus enseñanzas.
Ante el misterio, cualquier misterio, el hombre está invitado a aceptar las verdades divinas. Misterio es, por definición, algo que puede afirmarse o negarse, pero que en ningún caso nos desvelará el secreto que encierra en sí; no se capta la existencia del misterio cuando se le entiende, pues comprenderlo sería negarlo;
No hay otra forma de situarnos ante EL Misterio Trinitario que respetando y admirando lo que se nos ofrece a nuestra consideración; sorprendernos, sobrecogernos, es entrar en el Misterio de Dios, UNO y TRINO.
La TRINIDAD Santísima nos sobrepasa, nos atrae. No tenemos misterio mayor que contemplar: Dios es PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO. Por más seguro que estemos de Él, nunca llegaremos a desentrañarlo; aunque no alberguemos dudas sobre su realidad, no lograremos aclararlo. Nuestro Dios es un enigma, es siempre una pregunta sin respuesta, una provocación abierta.
Jesús nos dijo muchas verdades, de entre ellas hay algunas que no podemos comprender sin el Espíritu. A quien no tiene al Espíritu, se le hace insoportable el evangelio y la comprensión, y más aún la vivencia del Misterio de Dios.
Jesús ha revelado el ser de Dios. Su palabra y su vida han hablado de todo un Dios que amó tanto al hombre, que quiso acercarse en tres formas diferentes: como Padre, pensándolo cuando nada existía y dándole cabida en su corazón, antes de hacerlo obra de sus manos.
Como Hijo, haciéndose a su imagen, siendo un hombre, viviendo como él y muriendo en la cruz para redimirlo.
Como Espíritu, viniendo a él como aliento divino y permaneciendo en él, a tientas y a veces extraviado.
Hablando de Dios Trinidad, por el triple amor que le mostró, Jesús no aclaró el misterio de Dios; lo hizo, si cabe, tres veces más misterioso; pero con ello descubrió su natural más íntimo, algo que no hubiera sospechado el hombre: Dios no es una persona sola, sino una comunidad, una familia. Así ha querido ser.
Los cristianos tenemos a nuestra disposición no sólo un Dios bueno, sino - y valga la expresión – a Dios como PADRE, como HIJO de DIOS y como ESPÍRITU. No quiso fallarnos, se nos multiplicó; para mejor demostrarnos su amor.
Perdemos el tiempo, y también nos quedaremos sin Dios, si nos empeñamos en comprender las razones que Él tuvo para manifestársenos en su divinidad. Dejémonos amar por Él, entrando poco a poco en su misterio personal y tan diversa, tan real y a la vez tan divino.
Podremos conocer a Dios en la medida que nos reconozcamos amados por Él: quien sabe que su entraña es el Amor, quien se siente profundamente querido por Dios, desentraña su ser, vive su misterio, y lo mejor de todo es que llega a comprenderlo, sin que tenga que intelectualizarlo. A Dios se le vive, no se le aprende memorísticamente.
No podemos quejarnos de Dios, ni tenemos razón alguna para pensar que no se interesa por nosotros. Él nos ha demostrado cuánto le interesamos, al grado que se ha 'multiplicado por tres', siendo: PADRE, HIJO y ESPÍRITU SANTO.
El mismo Jesús aseguró en el evangelio antes de dejar a los suyos en el mundo que Dios es TRINIDAD.
Él prometió su Espíritu y dijo que es el DON que el PADRE con Él darían al mundo. Todo lo que no pudo decirles, cuanto no logró comunicarles, se lo descubriría el Espíritu. Estando ausente Jesús, no abandonó a los suyos: con su Espíritu, les concedió un Maestro mejor que Él mismo y les aseguró la presencia del Padre y la suya, para siempre.
Quien se abre al Espíritu, se abre a los Tres. Jesús nos dejó lo mejor de sí mismo, lo que a había recibido del Padre. En la persona del Espíritu tenemos a los TRES. La Trinidad está con nosotros y entre nosotros.
El discípulo de Jesús, que es discípulo de su Espíritu, aprende a vivir con Dios. Vivir el triple Amor que Dios nos ofrece como PADRE, como HIJO y como ESPÍRITU es entrar en el misterio de la TRINIDAD.
Este triple amor mantiene la fe de la comunidad cristiana. Contar con semejante Dios y llevar su huella en el corazón está al alcance de todo hombre que se haga discípulo de Jesús, que lo siga y quiera ser también ‘HIJO DEL PADRE’, como Él es y aceptar su ESPÍRITU como Él lo aceptó.
El Espíritu nos precede como nuestro guía, si nos dejamos conducir por Él; nos hará recordar todo lo que Jesús nos ha compartido de su verdad más íntima y nos ayudará a soportar las exigencias de nuestra fe; nos infundirá la fuerza precisa para vivir con la dignidad que la viven los hijos de Dios, a ejemplo de CRISTO JESÚS.
Él no sólo nos habló de un Dios personal que nos ama tres veces, de tres formas diferentes, sino que ha puesto a nuestra disposición la prueba de ese Amor: su Espíritu. Él nos lo ha dejado, para que, dejándonos conducir por Él, vayamos a Dios por caminos seguros, los caminos del Amor, de la Comunión, de la Solidaridad, de la Justicia, de la Paz.
De poco nos serviría confesar hoy que Dios es Trino sino no llegáramos a sentirnos amados por Él y este amor no nos hiciera sensibles y capaces de amarnos como hermanos.
No puede interesarnos saber que en Dios hay tres personas distintas, si no logramos saber que las tres se interesan por nosotros, las tres, y de diversas maneras nos conducen a interesarnos efectivamente por nuestro prójimo más próximo.
Creer en Dios, Padre, Hijo y Espíritu, es creer que somos hermanos y templos de ese Dios Trino, que nos quiere salvos, santos, y ya, ahora.

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto:

Dios nuestro, que siendo Padre, siendo Hijo y siendo Espíritu eres AMOR, te pedimos nos concedas vivir el Misterio de tu TRINIDAD, no intelectualmente, sino haciendo experiencia de esa presencia ÚNICA y REAL que nos has revelado, por medio de tu Hijo muy Amado. Que nos dejemos sorprender por tu amor creador, por tu providencia, por tu cuidado. Que descubramos cómo actúas, qué quieres y qué nos das a cada paso de nuestro día siendo NUESTRO PADRE.
JESÚS, HIJO DEL PADRE, que te sintamos Hermano y nos decidamos a vivir como Tú viviste, a hacer nuestra tu manera de pensar, de sentir y de actuar; que tu evangelio sea nuestro criterio y que lo llevemos en la palabra y en las actitudes a todas partes. Que quien nos vea, te vea, que quien nos oiga, te escuche y sobre todo, que nuestra vida prolongue tu ‘SI, PADRE, aquí estoy para hacer tu voluntad’.
ESPÍRITU SANTO, que llenos de Ti, hagamos que se siga renovando el mundo, nuestro mundo, el que nos confías y que esperas hagamos más tuyo. Que sepamos hacer posible el amor y la justicia, no con la fuerza ni jaloneando poderes terrenos, sino viviendo abiertos a tu acción y dando frutos, muchos frutos. DIOS, UNO y TRINO, queremos, como María, celebrar tu presencia en nosotros y en nuestra comunidad. Que con tu gracia vivamos ahora y siempre el AMOR con el que nos has llenado, por los siglos de los siglos: ¡AMÉN!


Nessun commento:

Posta un commento